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Una pistola en cada mano

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  • 3 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
Una pistola en cada mano
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Time Out dice

3 de 5 estrellas

“Todos parecemos lo que no somos". Con este aforismo de poca monta Leonor Watling define, mientras desmonta una amistad masculina a partir del manual de psicomagia de Jodorowsky, el tema principal de la filmografía de Cesc Gay. El malestar que escondemos para guardar las apariencias, para hacer ver que la ficción de nuestras vidas encaja en el entorno acomodado de la burguesía liberal que vive en el Born, compra en Ikea y hace meditación trascendental en su tiempo libre mientras su identidad (familiar, sexual, psicosocial) se va al traste.

Cesc Gay adaptó la filosofía de aquel 'Vidas cruzadas' en la Barcelona preFórum en el film 'En la ciudad' (2003), que hablaba de las angustias del hombre en la crisis de la mediana edad. Si esa película se esforzaba para cruzar la pluralidad de tramas, 'Una pistola en cada mano’ asume su perfil episódico –un poco como aquel exitoso 'Ataque verbal 'del subestimado Miguel Albaladejo– para hacer converger sus personajes en una fiesta que funciona como epílogo algo redundante. Porque los seis duetos que lo preceden demuestran –a veces con delicadeza, pero en todo momento practicando una cierta comedia de la humillación sin olvidarse de destacar el lado tierno, o patético, de este eterno masculino que siempre tropieza dos veces con su patetismo– que el hombre es el sexo débil, sobre todo después de los cuarenta.

Cesc Gay y su coguionista, Tomás Aragay, dominan la réplica punzante y reveladora de la psicología de sus hombres con un pie en el abismo, aunque a veces la fidelidad a una serie de traumas de lo más comunes –el éxito o el fracaso, la soledad, el adulterio, la paternidad, los divorcios, la disfunción eréctil– hace que algunos giros y algún desenlace sorpresa sean previsibles en exceso. Donde no hay fisuras es en el apartado interpretativo: sobre todo en los capítulos más conmovedores –Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia, amigos de instituto que se ponen al corriente de sus vidas con unas lágrimas y un cigarrillo como intermediarios, y Javier Cámara y Clara Segura, el hombre corriente (un Jack Lemmon cualquiera) que quiere volver con su ex y recibe una noticia bomba como castigo–, los actores clavan gestos e inflexiones, conscientes del peso de cada palabra en una película planificada para su lucimiento. 

Escrito por Sergi Sánchez
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