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Al igual que la película cyberpunk RoboCop (Paul Verhoeven, 1987), Upgrade: máquina asesina es modesta en presupuesto, pero grande en ideas lo que la convierte en una explosión total. La nueva película escrita y dirigida por el coautor de Saw (James Wan, 2004) e Insidious (James Wan, 2010) Leigh Whannell, se desarrolla en el mundo digital de un futuro muy cercano: los autos son autodirigidos, los hogares son administrados por Alexa y los drones de vigilancia patrullan el cielos. La ciudad natal de Whannell, Melbourne, se convierte en una metrópoli norteamericana.
Después de que el mecánico de una vieja escuela, Gray Trace —Logan Marshall Gree— queda paralizado debido a un ataque que deja a su esposa muerta, acepta la oferta de un joven genio, Eron Keen —Harrison Gilbertson—, para implantarsele un revolucionario chip llamado STEM, que puede restaurar su habilidad para moverse, pero tiene como efecto colateral de transformar al portador en un peleador de combate cuerpo a cuerpo. Debido a esto, Trace comienza a rastrear a los asesinos de su esposa y a sacarlos en escenas vertiginosas que yuxtaponen la violencia extrema con la comedia.
El héroe cuadripléjico de Upgrade: máquina asesina personifica perfectamente lo que todos tememos, que algún día la tecnología nos haga pasivos y dependientes de una máquina (como si esto no sucediera en la actualidad). Cuando el STEM le habla a Trace con una voz plácida que como la de Hal 9000 —Simon Maiden— en 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), nos damos cuenta de que su nuevo estado sobrehumano podría ser un cáliz envenenado. Whannell dispara la acción con vertiginosa inventiva y hay conceptos brillantes, como escopetas incorporadas a las armas humanas y un estornudo con nanobots que matan. Todo lo que podrías desear, en resumen, en 100 minutos de diversión.