Alfa

Sorprende saber que hace 20,000 años —al igual que esta aventura prehistórica— los hombres hicimos casas de campar con pieles de animales y usábamos botas cómodas tipo uggs. Evidentemente los hechos no son terriblemente importantes aquí —incluso el título de la película proviene de una civilización que está a miles de años de distancia—, pero si puedes superar eso, hay una historia moderadamente apasionante de supervivencia y parentesco natural, como la larga y olvidada Los lobos no lloran (Carroll Ballard, 1983).

El adolescente Keda —un Kodi Smit-McPhee más maduro y con una presencia enérgica— tiene un padre severo, pero amoroso: "Cazar a la gran bestia" es un rito de iniciación que tiene que pasar. Después de que Keda es arrojado desde una alta plataforma por un búfalo, su tribu asume lo peor. Sin embargo, el niño sobrevive la prueba y, solo en la naturaleza, se hace amigo de un lobo relativamente dulce que lo lame y cuida hasta que recupera su salud, una primicia para las relaciones interespecies.

Alfa funciona mejor durante su —demasiado breve— sección de introducción de la historia, que equilibra el humor contra el peligro. Visualizado por el director Albert Hughes, en un impresionante formato, Alfa aprovecha al máximo las magníficas locaciones de la Columbia Británica cuando no las está socavando con su ligero uso excesivo de efectos especiales. Tal vez el público al que va dirigida —niños pensativos y padres que fueron iguales— no les importa la manía ocasional, especialmente cuando se trata de una historia sin superhéroes.