[title]
Como una danza elegíaca, consagrada a la vida rural, a las manos nudosas que cultivan ajos tiernos arañando la tierra húmeda con las uñas, a las herramientas de matanza y los zuecos embarrados de los agricultores, esta película comienza con la imagen de unos pies esculpidos en un haz de luz blanca y termina con una mujer que baila en una colina en un atardecer de color magenta. Todo en ella es una deliciosa coreografía mortuoria, telúrica, agitada por el viento.
Los personajes son cuatro mujeres de tres generaciones diferentes reunidas en una casa grande en el centro del campo, en un porche, los corrales, en la mesa de una cocina donde se desayuna pan con aceite y se juega a la brisca después de cenar con una taza de manzanilla para calentarse los dedos. Podemos sentir como respiran. Notamos la tensión cervical de sus nucas que se encuentran en el plano. Ha muerto el abuelo, padre y marido, y ahora les toca decidir cómo salir adelante.
Cada gesto, cada suspiro que Meritxell Colell capta con la cámara merece ser explicado. Las señoras que rezan el Padrenuestro ante un ataúd, la hija que pule una bicicleta antigua con papel de lija, la anciana que decide deshacerse de sus cosas porque sabe que pertenecen a un tiempo condenado a extinguirse. Y también el homenaje a Pina Bausch y su 'Café Müller', y los cuerpos que expresan movidos como una tormenta, moviéndose en un impulso que habla de la propia desaparición.