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Como un ruido molesto, como un cuchillo chirriando en el fondo de un plato, Paul Thomas Anderson nos mantiene durante más de dos horas clavados en el sillón con los nervios crispados. Esto es todo lo que necesitáis saber antes de ir a ver 'El hilo invisible', que os enfrentaréis al asco subyacente bajo cada silencio, a la seductora repulsión de unos personajes hieráticos que parece que dentro del cuerpo tengan una permanente corriente de vómito a punto de salirles de la boca. Todos ellos, conviviendo en un mundo de alta costura.
En el aire resuena la imagen alarmante de Joaquin Phoenix en 'The master', con las escápulas puntiagudas, masturbándose como un animal en una playa, tras desembarcar de la guerra. Aunque en este caso la parte podrida se camufla tras una aparente elegancia. Daniel Day-Lewis, por ejemplo, interpreta al modisto Reynolds Woodcock con la mandíbula rígida, cepillándose el pelo como si encerara unas botas de montar a caballo, con los alfileres entre los labios, afilados como los dientes translúcidos de una carpa.
La película pasa en una casa de modas que viste a las señoras de la aristocracia británica de los años 50, la mayoría mujeres maduras con los párpados caídos, la papada colgando, envueltas en un aliento de Martini que les pone las mejillas rojas. Y en este ambiente tiene lugar una historia de amor, entre un hombre repugnante y una mujer aparentemente simple que poco a poco aceptará las normas de un juego vil, enfermizo, genial, en el que uno y otra quedarán unidos por toda la eternidad.