[title]
La idea más emocionante, en el buen sentido, de Historias de miedo para contar en la oscuridad llega en sus primeros minutos, cuando nos presentan a Stella (Zoe Colletti), una introvertida adolescente de Pennsylvania de 1968 obsesionada con el horror: verla, leyéndolo, incluso concibiéndolo. Ella tiene una máquina de escribir y un amor por Night of the Living Dead para demostrarlo. La noción de que el horror podría ser un canal para la creatividad y la individualización saludable es la misma que ayudó a los cuentos ochenteros para niños de Alvin Schwartz, libros ilustrados en los que se basa la película. En ese momento, Schwartz fue atacado por perros guardianes de la culturales, pero si duda, ahora sonríe desde su tumba.
Extraída de varios de sus cuentos, esta decente adaptación cinematográfica sobre una pandilla de niños que persiguen los terrores sobrenaturales de pueblos pequeños y vestidos con chaqueta de equipo universitario, se acerca mucho a nuestro momento cultural de Stranger Things y Eso. Aún así, la película emite su propia frecuencia, una que podría ser especialmente audible para los jóvenes. Historias de miedo para contar en la oscuridad tiene las huellas dactilares del Guillermo del Toro en todas partes (escribió el guión y produjo), desde su famosa inclinación por el diseño expresivo de criaturas, hasta algunas señales políticas extenuantes.
Sin embargo, existe una sincera afición por el poder de la imaginación, que hace que la película sea más que un dispositivo de nostalgia. Si solo fuera más aterrador. Dos escenas tienen un factor genuino: un barro siendo exprimido que termina en un enjambre de arañas; en otro lugar, un dedo llega a un tazón de sopa. Toda la cinta se filmó en una oscuridad tenue que envejece el miedo de manera aburrida.