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Un día destinado a ser visto como una metáfora sigilosa para la negación del cambio climático, Infierno en la tormenta sirve muy bien como una película tipo el cocodrilo gigante. Aquí nos presentan a la nadadora universitaria, Haley (Kaya Scodelario), que se topa con una tormenta mientras viaja para ver a su padre divorciado (Barry Pepper), a quien encuentra debajo de su antigua casa, inconsciente. Ambos se quedan atrapados allí, con relativa seguridad a solo unos metros de distancia. Eso les da suficiente tiempo para hablar sobre sus problemas, mientras esquivan dientes afilados.
Una deprimente calma llega, una vez que te das cuenta de que casi toda la película va a suceder en una bodega, lo que recuerda que menos es más: es inestable, infestada de alimañas y muy poco iluminada. El director Alexandre Aja solía ser un genio visual; tuvo un breve florecimiento durante los años de tortura y pornografía de High Tension (2003), el remake de The Hills Have Eyes (2006) y Piraña 3D (2010).
La estructura de Infierno en la tormenta pudo ser un desafío emocionante para él, pero Aja nunca lo explota del todo. Tampoco los guionistas Michael y Shawn Rasmussen, aunque le dan a Pepper una línea delirantemente tonta, que es todo lo que necesitas de un desperdicio de tiempo como este: "Vamos a vencer a estas mierdas de cocodrilos con cerebro de chicharo".