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Ha llegado la hora de certificar que 'El planeta de los simios' es uno de los pocos 'blockbusters' que suman entrega tras entrega estimulando algo más que un bostezo unánime. Quizás este nuevo volumen sea el más flojo de la saga, y aún así todavía podemos arañarle algún momento de acción telúrica memorable, de los que se clavan en la retina. Por la noche, antes de cerrar los ojos, nos parecerá ver un mono con la espalda arqueada galopando entre la niebla, llamando a la batalla.
Sólo los primeros veinte minutos ya justifican la película: la épica es solemne y la cámara oscila entre los dos bandos de una guerra, como si se preguntara cuál debe elegir. Primero se pega a los cascos verdes de un pelotón de humanos que llegan reptando entre las raíces de un bosque. Después camina por los pasillos de una fortaleza de piedra negra y madera afilada, donde los simios heridos durante el asalto, con el pelo teñido de sangre, vuelven la mirada hacia los pasos augustos de un líder que intenta administrar la paz.
La escena de la cascada, bajo la complicidad de una luna que todo lo hace de plata, y sobre todo el alud de nieve rematan dos clímax portentosos. Lástima que el centro de la película, donde se reconcentra la miga de la historia, sea una desafortunada combinación entre la fuga de los presos de 'La gran evasión' y algunas de las imágenes más crudas del cine del Holocausto –lo que significa, en efecto, un campo de concentración poblado con chimpancés–. Ojalá suprimieran los minutos lacrimógenos y los gags de medio pelo, y se quedaran con la parte de la pura emoción.