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Todavía no nos recuperamos de la intensidad de El legado del diablo, cuando Toni Collette regresa con La madame, una sátira del clasismo a través de una historia romántica digna de telenovela, al lado de la divertida actriz española Rossy de Palma.
Anne Fredericks (Toni Collette) y Bob Fredericks (Harvey Keitel) dan una cena en su casa de París con la intensión de vender un Caravaggio y así solucionar sus problemas económicos. Los 12 invitados se convierten en 13 cuando llega sin aviso Tom Hughes, hijo del primer matrimonio de Bob. Para contrarrestar el número de mala suerte, Anne obliga a una de sus sirvientas, María —una graciosa Rossy de Palma—, a pretender ser una amiga de la familia durante la cena.
Todo se convierte en un caos cuando uno de los invitados, David Morgan (Michael Smiley), se enamora del acento español de María, que ya entrada en copas se vuelve el centro de atención. El intelectual y poderoso consultor no se queda de brazos cruzados y recurre a sus tácticas de hombre rico para conquistar a la exuberante ama de llaves.
Tal cual telenovela mexicana, María vive el sueño de todos: un millonario la pretende, pero como es común en estos shows televisivos, los celos, los enredos y las mentiras estirarán esta hermosa relación; “Pareces una pequeña niña, descubriendo el mundo” menciona David, mientras cena con la mujer que limpia los inodoros de Anne.
Esta panorámica a la situación de inmigrantes en otro país es tomada con humor, pero te permite reflexionar sobre la discriminación y los beneficios de los blancos sobre los demás: “Este es otro mundo, está fuera de tu alcance”, le dice una soberbia y celosa Toni Collette — ya denle un Óscar por el amor de Dios— a María.
Algunos problemas con el guion y la poca presencia de su directora, Amanda Sthers, son los peores enemigos de La madame, pero sale victoriosa con sus chistes negros, que están bien bajados y no te causan incomodidad, algo que no pudo hacer Gringo: se busca vivo o muerto de Nash Edgerton.