Logan

La era de los mutantes ha llegado a su ocaso, y los pocos que no se han extinguido se esconden en un desierto donde incluso el cielo parece un arenal colgado del revés. Tres años después de la última entrega de 'X-Men', Hugh Jackman se mete en la piel de Wolverine por última vez, cansado y desfallecido, como quien se cubre con el propio sudario y, acto seguido, abandona este mundo.

James Mangold, que ya había dirigido 'Lobezno inmortal', relata su agonía en una película que, a pesar de su potencial, acaba engullida en un tedioso espectáculo cargado de pretensiones. La primera, su metraje desmesurado, que supera las dos horas y cuarto para no enseñarnos mucho más que paisajes cenizos y unas escenas de lucha sangrienta que son serie Z en estado puro.

La segunda, su intento torpe de emular la antiépica del western crepuscular, obvia en la referencia a 'Raíces profundas' de George Stevens. Y la tercera, el poco carisma de la estética, desafiando la tónica de Marvel, la fantasía psicotrópica del paraíso de Stan Lee para superhéroes con maillot brillante. No, esto no es 'Doctor Strange'. Ni mucho menos.