[title]
Para aquellos que no lo sepan, Alepo fue una de las ciudades más importantes de Siria. Llegó a tener alrededor de dos millones de habitantes y era considerada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Durante cuatro años fue el fondo de la pelea entre la oposición siria y el gobierno de Bashar al-Assad y sus aliados; una lucha que dejó 33,500 edificios destruidos, más de 31,000 muertos y cientos de miles de personas desplazadas. Alepo fue también una de las ciudades que vieron nacer al grupo de rescatistas mejor conocido como los Cascos Blancos.
Aunque este recuento de los eventos no es estrictamente necesario para ver Los últimos hombres en Alepo, saber estos datos lo vuelven un documental todavía más relevante. A diferencia de cintas como Los cascos blancos, la película no explica el contexto de la batalla en Alepo ni el conflicto político en Siria, ni detalla el surgimiento del equipo de voluntarios. Para empezar, muestra un estanque de peces y un grupo de hombres mirando al cielo en busca de aviones rusos.
Los directores Firas Fayyad y Steen Johannessen presentan las historias de los últimos miembros de los Cascos Blancos en Alepo: Khaled, Mahmoud, Ahmed y Subhi. No sólo capturan su labor diaria, también retratan los detalles de la vida cotidiana en una ciudad sitiada, combinando la crudeza de la guerra en escenas en las que el grupo trata de identificar desaparecidos a partir de las extremidades que encuentran entre los escombros, con la delicadeza de momentos de alegría como una fiesta infantil en un parque al aire libre durante un cese al fuego.
A pesar de las condiciones adversas en las que se grabó, la fotografía y la edición reflejan el cuidado con el que se compuso el documental. Sin embargo, una de las más grandes cualidades de la cinta es su tono sensato, que procura no convertir a sus protagonistas en mártires. En la época de las películas basadas en personajes de cómics, Los últimos hombres en Alepo es un retrato franco del heroísmo en la vida real.