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La ciudad de Petrópolis se derrite bajo la humedad. Estamos en 1942. Stefan Zweig y su mujer se han envenenado, y sus cuerpos reposan uno encima del otro en una cama con cabezal de latón, reflejados en la luna de la puerta de un armario que se abre y se cierra, como un rastro fugaz de la muerte. Con esta imagen, Maria Schrader reproduce el suicidio de aquella vieja Europa que se extingue mientras en las oficinas de la Gestapo van clavando banderas sobre un mapa. Entre el calor de la jungla brasileña y un apartamento de Nueva York con las ventanas heladas, cubiertas de escarcha, Josef Hader se transforma en el gran escritor del 'finis Austriae', en una película que evita el biopic y busca la luz esquiva de un personaje que se apaga como la llama de una vela. Es la crónica soberbia de un exilio errático, con un trágico destino.