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Un grupo de amigos se reúne en una celebración, y no tardan en salir a la superficie los conflictos, las envidias y los odios escondidos. Así se presenta el último trabajo de Sally Potter, que quiere ser a la vez el retrato negro, negrísimo, de cierta generación británica y una sátira salvaje de la tradición dramaturgica en la que se escribe. En ocasiones, Potter no puede evitar caer en los tópicos habituales: aparecen dos lesbianas, un neoliberal, un profesor de Yale y un budista, entre otros arquetipos. Algunos de los diálogos son tan irónicamente 'british' que hacen que el film caiga a veces en una molesta autocomplacencia. Pero cuando el tono se hace más agresivo y grotesco también emerge una mala baba implacable, la visión feroz de un país y una clase social –la burguesía intelectual– que también es la de la cineasta, todo ello filmado en un blanco y negro siniestro.