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Una comedia mexicana que involucra matrimonio entre personas del mismo sexo, consumo de mariguana con fines recreativos y medicinales, así como inserción de inmigrantes, esto ocurre alrededor de un protagonista de casi 90 años que está en contra de todo lo mencionado. Sí, así como suena de ambicioso este filme, así termina reflejado en la pantalla.
Don Servando, representado por Héctor Bonilla, un antihéroe gruñón, intolerante, exigente, irrespetuoso, testarudo, entre otros conceptos negativos que lo describen, se queda sin un lugar donde vivir ya que su banco pierde todos sus ahorros y lo corren del asilo, así que debe recurrir a su hijo menor, porque los demás no lo aceptan en sus hogares.
Cuando llega a casa de su descendiente Frank (Benny Ibarra), Don Servando descubre que le ha mentido todo el tiempo: su retonoño ya tiene un hijo –René (Sergio Mayer Mori)–, una pareja con la que no está casado –Alma (Jacqueline Bracamontes)–, y no sólo eso, no vive en la Ciudad de México sino en San Miguel de Allende, Guanajuato. A Don Servando tampoco le agrada la idea de que ellos vivan junto con otras ocho personas, entre ellas extranjeros y homosexuales.
De esta forma, la intolerancia de Don Servando hacia todos los integrantes de la casa se convierte en la columna vertebral del filme. Sin embargo, es un soporte poco sólido. Se percibe que la cinta sólo integra estos asuntos por su controversia; el mismo director, Raúl Martínez, afirma que con su ópera prima no buscaba establecer ninguna postura respecto a estos temas, sino que estaban en el guión de Alberto Bremer –quizá por ello mismo sólo los toca de manera muy superficial–.
Los amantes del cine mexicano podrán disfrutar de la actuación de Héctor Bonilla, lo más destacable de la película. Seguro les robará una que otra carcajada y hasta podrán identificar que todos tenemos un poco de Don Servando. Pero eso no hace a un lado la sobra superflua –y de apariencia oportunista– que deja la poca exploración de temas y personajes,