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Cuanto mejor sea el cocinero, más grande será la sacudida. Esto dicho de las considerables habilidades culinarias de Adam Jones (Bradley Cooper), quien tiene un amplio nivel de idiotez. El niño pródigo que en algún momento fue un enfant terrible en la escena culinaria de París, Adam consigue por su cuenta dos estrellas Michelin antes de que su carrera se amargara con drogas, demonios y su comportamiento de diva.
Ahora, después de dos años sobrio —pero no menos arrogante— el chef rockstar se instala en Londres en un intento de conseguir una segunda oportunidad y buscar la tercera estrella. En su regreso a la cocina, Adam da órdenes a su personal, incluyendo a la insolente madre soltera Helene (Sienna Miller, continuando con su impresionante racha de personajes secundarios), con la grosera crueldad de un sargento en entrenamiento.
Pero mientras las escenas de cocina imitan a toda velocidad el ritmo de un actual servicio de cena, esto se convierte en el precio de cualquier tensión que se cuece a fuego lento. Incluso en los momentos con más altanerías de la película, se pierde la intensidad con mucha rapidez. Un puñado de argumentos poco cocinados —traficantes de drogas, las discusiones con un chef rival— y cameos sin sentido (Emma Thompson y Uma Thurman) añaden a la película un peso innecesario.
Por los créditos, podrías pensar que lo que no funciona de la cinta es que se elige al chef equivocado. El Adam de Cooper es magnético y seguro —se entrenó en una cocina real con el célebre chef Marcus Wareing, y usa los uniformes blancos del chef con facilidad—, pero es la rudimentaria Helene de Miller, con quien él vive, quien te dejará con ganas de unos minutos más.