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La octava película de Icíar Bollaín obtuvo 'ex aequo' el Premio al Mejor Guion del Festival de San Sebastián para Paul Laverty, conocido por sus trabajos con Ken Loach. Basada en la autobiografía de Carlos Acosta, la historia de Yuli, nombre que daba su padre al famoso bailarín cubano, es la de una de las figuras más destacadas del ballet contemporáneo. Pero la gracia del film, y quizá por eso se le concedió el Premio al Guion a Laverty, es que este biopic se explica a través de dos lenguajes: el clásico melodrama sobre el sacrificio que exige el ballet y la coreografía que el mismo Acosta está montando sobre su vida con la compañía de danza del ballet de Cuba.
Ambos relatos se complementan y se iluminan. El naturalismo humanista de la biografía visual se compensa con la abstracción y belleza de los números musicales. Las dos líneas narrativas funcionan muy bien, sobre todo en la parte de la infancia y la primera juventud de Acosta; algo menos en la etapa adulta, donde hay menos cosas que contar.
Era fundamental que los actores que le dan vida fueran también bailarines. Y aquí Bollaín acierta con la elección de Edison Manuel Olbers como el Acosta niño y Keyvin Martínez como el Acosta joven, que integran con el Acosta real una figura compleja en sus deseos, sus sueños y su fidelidad a Cuba, isla de la que, a pesar de todas las dificultades, nunca ha querido irse.