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Poco tiene que ver la presentación al inicio del filme de un futuro cercano pero distópico, en el que la crisis económica lo ha devastado todo, con el resto de la película. Primero vemos unos exteriores reconocibles, de contenedores, aparcamientos y periódicos que apela directamente a un imaginario actual. A continuación, entramos en un espacio frío, de cemento y piedra y de sesgos futuristas, en el que una pareja separada se reencuentra años después de haber perdido a su hijo. 'Ayer no termina nunca' nace con una cierta pretensión de crítica social, pero su desarrollo es demasiado grueso, exento tanto de profundidad como de emoción. Isabel Coixet deja a sus dos protagonistas solos en este espacio distante. Todo está excesivamente vehiculado a través de la palabra. La película queda a medio camino entre un planteamiento teórico que no logra transgredir y un sentimentalismo que no aflora. El cine se ausenta; también lo hace el análisis de este presente convulso y el dolor por la pérdida.