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Coincidiendo con el lanzamiento de la segunda edición de ¡Quiero Ver Sangre! Historia Ilustrada del Cine de Luchadores, libro que automáticamente se convirtió en la biblia para hablar del tema, se estrena esta película que sirve como vehículo de lucimiento ad hoc para el heredero de la máscara más icónica que ha dado este deporte, El Hijo del Santo. Todo comienza con un interesante discurso acerca de la creación de los mitos que conserva el imaginario popular, y que termina siendo un producto para el penoso auto elogio y la explotación de un nombre que se convirtió en una marca redituable, llevada hasta sus últimas consecuencias.
Sin ninguna objetividad, ni algún testimonio que logre servir de contrapunto (uno espera en vano el comentario sin condescendencia por parte de periodistas enterados en la materia, como un José Xavier Navar o un Rafael Aviña), el filme realizado por la propia manager y esposa del luchador, pareciera que estuviera empeñado en convencer al público del lado cuasi heroico de este personaje y que utilizar la imagen de su padre es un acto aplaudible. En el colmo del narcisismo, la directora comparte grabaciones caseras de vacaciones en lugares como Tokio, Londres, París y Bruselas.
Es justo reconocerle el subtexto que aparece en los últimos minutos acerca de cierta condición ermitaña que ha tenido que adoptar con tal de conservar su identidad en el total anonimato. Sin embargo, este buen momento fílmico, no borra las intenciones de ser un vulgar reportaje promocional. En definitiva, un trabajo que no llega a las tres caídas de rigor.