Eliana Bórmida es una de las arquitectas más influyentes de Argentina y referente indiscutida de la arquitectura vitivinícola. Cofundó en Mendoza junto a Mario Yanzón el estudio Bórmida & Yanzón, desde donde ha liderado los proyectos de más de treinta bodegas de todo el país, transformando radicalmente la forma en que se conciben estos espacios. Su enfoque, profundamente ligado al paisaje, la experiencia sensorial y la identidad cultural, ha dado lugar a obras emblemáticas como Bodega Salentein, Pulenta Estate, DiamAndes, Séptima, Atamisque y O. Fournier (hoy Alfa Crux), entre muchas otras.
Hoy continúa desarrollando proyectos de gran envergadura, como una bodega en Cafayate (Salta), un hotel en Lago Moreno (Bariloche) y el edificio residencial Vesta en Mendoza, reafirmando su compromiso con una arquitectura que dialoga con el entorno y la historia del lugar. Reconocida con distinciones como el Premio Konex de Arquitectura y el título de Profesora Emérita de la Universidad de Mendoza, su obra y pensamiento siguen marcando un rumbo vanguardista.

Eliana, fuiste la primera en hablar de la experiencia de las personas dentro de los espacios, vinculando esto a la arquitectura de la fenomenología…
Cuando nosotros empezamos a hacer las primeras bodegas, innovamos con este concepto. En esa época el término “experiencia” se trabajaba en algunas universidades. No era para nada corriente. Se discutía sobre lo que significaba la percepción como algo holístico, es decir cómo el ser humano percibe con todos los sentidos. Había una cuestión en psicología importante que apuntaba a estudiar todos esos temas de la percepción humana relacionada con el sentimiento, con la emoción, y el marketing empezó a tomarlo también como un camino de venta.

En ese momento nuestro estudio tuvo la posibilidad de hacer bodegas, pero los inversores de afuera querían fortalecer la actividad vitivinícola, haciendo que los que se interesaban por tomar vino fueran a visitar los establecimientos productivos, y que esas visitas los persuadieran acerca de que el vino era una bebida de alta calidad, algo superior a las bebidas que estaban en auge en aquel momento.
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¿Cómo se puede persuadir o invitar a tomar vino desde la arquitectura de una bodega?
Aplicamos el dominio de la gran escala para hacer que el viñedo y el paisaje fueran parte de la bodega. En estos proyectos interviene la geografía, la geología, el clima, la brisa, el sol y entendiendo después también que aparte de ese gran contenedor que es el entorno físico, está la persona relacionándose con lo que tiene cerca. El olor de las cosas, el sonido, la temperatura o la brisa en la piel. El sonido del agua en algún lugar, el brillo del agua de una fuente en otro lugar, el aroma de las plantas, los espacios entre el sol y la sombra, generan sensaciones. En ese momento no se hablaba de experiencias, pero después, durante la primera década del siglo XXI, cuando ya estábamos haciendo cinco grandes bodegas al mismo tiempo, esa palabra experiencia empezó a salir naturalmente.

¿Qué importancia tuvo en esta arquitectura del paisaje la montaña?
Yo te diría que cuando empezamos a hacer las bodegas y pusimos a la montaña como la creadora fundamental del paisaje, no solo por su presencia, sino porque la erosión de las montañas crea nuestro suelo y porque el agua viene de la cordillera, trabajamos de una manera muy consciente. Hoy en el tema vitivinícola está incorporada de manera total.
¿Qué sensaciones te genera a vos la montaña y cómo se plasma eso en tus obras?
La montaña es tierra con volumen, tierra con colores, tierra con texturas, tierra con sus aromas particulares, con su vida diminuta, con sus plantas que son tan diferentes a las que hay generalmente en la ciudad, con sus follajes tan pequeñitos para no evaporar mucha agua, sus raíces gigantescas para almacenar todo el agua. Entonces, puedo decir que hay mucha sensorialidad. Hay una palabra que usaban los viajeros de fines del 18 y sobre todo del 19, la montaña es “sublime”.
La montaña es sublime

Algo sublime, algo que incluso llega hasta a atemorizar un poco. La escala enorme y la escala de lo diminuto y vos dentro de esa escala. La montaña tiene un magnetismo extraordinariamente fuerte.
Y en geografías más llanas como es Uruguay, ¿qué elementos de la naturaleza tuvieron en cuenta para el proyecto de la Bodega Garzón?
Lo primero que empecé a estudiar y a preguntarme fue: ¿Qué es el Río de la Plata? Aunque no está al lado de la bodega ni mucho menos, en el Río de la Plata desembocan los ríos Uruguay y Paraná y después está la Mesopotamia Argentina que llega hasta el corazón del Brasil con afluentes que vienen de los Andes bajando para unirse a esa enorme cuenca, que es parte de una fractura geológica, y en ella el Río de La Plata que es una zona de drenaje.
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En Garzón la geografía es rocosa, porque ahí se produce esa tremenda falla. Hay una fractura geológica enorme que es parte del Escudo de Brasilia donde se encuentran las rocas más antiguas del planeta. ¿Cómo eso no va a darte una idea cuando tenés que ir a hacer una obra sobre esa tierra? Sobre todo si se trata de una bodega con viñedos plantados en esos suelos.
¿El mar también influyó?
Por supuesto, aunque no se ve el mar desde ahí porque está lejos, sí sentís el clima húmedo marítimo que llega. Es un territorio de suaves colinas, los montes tienen una geografía muy ondulante. Entonces, planteamos un articulado de pabellones en distinto nivel acomodándose a la topografía, con unas cavas que tuvimos que hacer en los huecos que encontramos entre las rocas subterráneas. Uruguay tiene códigos muy estrictos y no podíamos tocar esas rocas, solo pudimos extraer el relleno y hacer los pasadizos por los intersticios que están naturalmente. Estas cavas son realmente únicas porque la naturaleza las permitió. El recorrido que hoy hacen los visitantes es por esos intersticios.

En cuanto a las ciudades, ¿cuáles son las tendencias en la arquitectura urbana?
El tejido urbano es el gran desafío que tenemos los arquitectos ahora, y en ese sentido quiero hablar de un nuevo paisaje que apareció ante mi vista cuando me mudé a un edificio al séptimo piso, mirando a la ciudad. Descubrí un mundo nuevo porque desde mi departamento veo cómo desaparecen las copas de los árboles adentro de las manzanas, veo qué pasa con los vecinos. Desde ahí miro la vida de todos mis vecinos, no por ser curiosa, miro cómo les da la sombra, cómo un edificio se relaciona con el otro en la vida en común. Entonces, todo esto configura un nuevo paisaje invisible para los ojos de cualquiera que transita la calle, pero imprescindible para los que habitan estos edificios.
El tejido urbano es el gran desafío que tenemos ahora los arquitectos
¿De qué manera podría mejorar la calidad de vida en las ciudades?
Los arquitectos y los urbanistas tenemos que visibilizar este paisaje imperceptible porque esto define la calidad de vida de quienes habitan las ciudades. En los nuevos proyectos urbanos habrá que definir si vos querés que te miren o si vas a poner algo para que no te miren tanto. Cuánta sombra o sol va a dar sobre tus ventanas, cómo el viento del sur chocará contra un edificio afectando tu departamento, etcétera. Desde la arquitectura de estos edificios definís tu intimidad, el clima de tu casa, los ruidos. Todo puede incidir en cómo vas a vivir.
¿Se está trabajando en alguna ciudad de esta manera?
En Buenos Aires, en algunas zonas se están haciendo emprendimientos muy lindos que tienen una escala urbana diferente. Son más bajos, pero más alargados. Entonces van creando departamentos en cuadras enteras, con mucho más retiro desde las veredas. Las plantas bajas son basamentos comerciales donde los habitantes encuentran lo que necesitan para su vida cotidiana. Y arriba, en las terrazas tienen amenidades. Así se fomenta la vida vecinal.