Quince años después de protagonizar “Despertar de Primavera”, Fernando Dente vuelve a la obra que marcó su carrera, esta vez como director. A su lado, Tomás Wicz da vida a Moritz, uno de los personajes más queribles (y trágicos) del musical. La nueva puesta se presenta en el Teatro El Nacional (Corrientes 960), con funciones confirmadas para el 27 de agosto y el 10 de septiembre —conseguí tu entrada, acá—. En esta charla íntima, Dente y Wicz reflexionan sobre adolescencia, arte y las heridas que, al cantarlas, pueden empezar a sanar.
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Volver a “Despertar de Primavera” era una idea que rondaba la cabeza de Fer desde hace mucho. “Cuando la protagonicé, me marcó profundamente, y siempre supe que algún día iba a querer dirigirla. Esta versión nació de una pregunta: ¿Qué pasa si los personajes ya nacieran en un mundo roto? No están cayendo del paraíso; están intentando sobrevivir en un sistema distorsionado. De ahí surgió toda la estética distópica, brutalista, casi como si fueran sobrevivientes de algo que no eligieron. Quería que el escenario sea una caja cerrada donde la violencia rebota, y que cada cuerpo ahí dentro tenga algo para decir”.
Esta versión nació de una pregunta: ¿Qué pasa si los personajes ya nacieran en un mundo roto? (FD)
Mientras Dente piensa la obra como director, Tomás Wicz recuerda su primer encuentro con “Despertar de Primavera”: “La conocí en mi adolescencia, y me rompió la cabeza. Me sentí muy identificado con esa sensación de estar desbordado, de no saber a dónde ir con lo que uno siente. Volver ahora, habiendo atravesado mis propias crisis, con otras herramientas y otras preguntas, me permite abrazar ese recuerdo y transformarlo. Es un reencuentro conmigo mismo”.
Esta obra es un reencuentro conmigo mismo (TW)
Años atrás, cuando se estrenó en Broadway, la obra fue una provocación, un escándalo. En 2025, es un espejo. “Hoy ya no funciona solo como denuncia, sino como una especie de ritual colectivo. El público no la mira desde afuera: la atraviesa. Hay algo sanador en verla. Como si tocar ese dolor, cantarlo, compartirlo, ayudara a transformarlo”, dice Fer.

La puesta no solo apunta a resignificar la obra, sino también la forma de hacerla. Por eso, las audiciones fueron abiertas: más de 5000 personas se presentaron. “Sentíamos que la única forma de hacer esta obra era volver a la raíz: confiar en el deseo. Quería conocer a quienes realmente sentían estar ahí. Encontramos talento, sí, pero también historias, miradas, personas que tenían algo para decir a través de la obra. Eso es lo que más me emocionó”.

Entre esos miles de aspirantes estaba Tomás. Pero el destino hizo lo suyo: “En un inicio yo no había sido seleccionado para el rol de Moritz. Pero después todo se terminó acomodando para que pudiera estar. Fue del orden de lo milagroso. Es un personaje que siempre me interpeló, desde que vi la obra por primera vez siendo adolescente. Podría decir que es mi personaje favorito de mi musical favorito. Poder atravesarlo ahora es un regalo enorme”.

Trabajar con un elenco joven fue parte central del desafío. “Con mucha escucha y mucho respeto”, aclara Dente. “Para mí, el rol del director no es moldear gente, sino abrir espacios. Quería que se sintieran seguros, cuidados y también desafiados. Hicimos mucho trabajo grupal, mucho laboratorio, mucha prueba. Lo más hermoso fue ver cómo se convirtieron en una comunidad real. En escena eso se nota: no hay individualidades, hay un cuerpo colectivo”.
Para mi el rol de director no implica moldear a la gente sino abrir espacios (FD)
El proceso también lo llevó a reencontrarse con escenas que lo marcaron como actor. “Sobre todo las que antes me costaba mirar de frente. Hay momentos de la obra que tienen ecos de mi propia historia: el deseo, la culpa, el miedo, la pérdida. En 2010 los viví desde adentro, muy intensamente. Hoy los dirijo desde otro lugar, pero con la misma verdad. A veces, en los ensayos me emocionaba sin querer. Porque el texto seguía latiendo. Porque ahora entiendo cosas que antes no podía”.
Hay momentos de la obra que tienen ecos de mi propia historia (FD)
Del otro lado, Tomás se metió de lleno en un Moritz que respira actualidad. “Fer nos invitó a mirar a los personajes sin solemnidad, con humanidad cruda, como si fueran pibes reales de hoy. Moritz está perdido, deambula con torpeza, es muy sensible y tiene mucho humor sin buscarlo. No es una víctima pura: es alguien que también desea, que se confunde, que explota. Me interesaba que no se lo pudiera encasillar fácilmente”.

La tensión que se juega entre Moritz y Melchior también fue resignificada: “Fue una búsqueda de Fer desde el principio y me pareció brillante. Queríamos que la tensión entre ellos se sintiera más ambigua, sin necesidad de explicarla. Hay algo muy doloroso en la represión de Moritz, que considero que en esta versión y con esa mirada se complejiza aún más”.
Para Fer, la obra es todo. “Es una obra que me eligió más de una vez. En 2010 me cambió la vida. Me enseñó a actuar, a confiar, a entregarme. Hoy me enseña a soltar, a acompañar a otros, a construir desde otro lugar. No es una historia individual: es una memoria compartida. Y siento que mi manera de agradecerle al teatro todo lo que me dio es dirigiendo esta versión con esto que soy hoy.”
En 2010, la obra me cambió la vida. Hoy, me enseña a soltar (FD)
Tomás también la vive como una síntesis de su recorrido. “El teatro musical fue mi primer amor. De chico soñaba con hacer esto, y ahora volver desde otro lugar, con más experiencia, es como cerrar un círculo. Me permite unir todo lo que amo: actuar, cantar, bailar, contar una historia de forma total. Es un género fascinante que a medida que voy creciendo me sigue sorprendiendo con sus posibilidades.”
Y si alguna persona joven se ve reflejada en Moritz (porque lo hará), Wicz no duda en aconsejarle: “Que sepa que no está solo. Que no está roto. Que todo eso que siente, aunque le parezca demasiado, tiene sentido. Que pedir ayuda no es un signo de debilidad. Que vale la pena quedarse para ver cómo sigue la historia”.