El Dragón de Oro
Si no fuera porque ya hay una película -espléndida- con ese nombre, esta obra podría titularse Vidas cruzadas. Las vidas que se cruzan aquí son las de un grupo de personas que habita en un mismo edificio, un edificio de una ciudad europea cualquiera, donde se ve claramente la estratificación social y lo que supone estar, metafórica y literalmente, arriba o abajo. Matrimonios en crisis, azafatas de vuelo que se mueven entre la frivolidad y la perplejidad, ancianos varados y, en el bajo, a pie de calle, el restaurante asiático El dragón de oro, donde trabajan hacinados y sin horario unos cuantos personajes entre los que hay un joven, casi un niño, que sufre un fuerte dolor de muelas. Pero no puede ir al dentista, porque no tiene tiempo ni dinero, porque probablemente está en situación ilegal, sin papeles. Gente que está abajo del todo, al nivel de las hormigas, las cucarachas o las cigarras.
La obra de Schimmelpfennig, uno de los dramaturgos alemanes más representados en todo el mundo, gran renovador de la escritura teatral, presenta una situación de forma fragmentaria, piezas de un puzle social que refleja las injustas desigualdades propias de nuestro primer mundo. La veterana compañía gallega Sarabela Teatro, con cuatro décadas ya de actividad a sus espaldas, demuestra hasta qué punto dominan su herramienta de expresión, el teatro, y hasta qué punto han trabajado una forma de contar que se apoya en la distancia irónica de los propios actores con el material, que entran y sale