Los flashes no son para ellos. Pueden pasar totalmente desapercibidos en medio del tumulto, pero aunque nadie repare en lo que están haciendo, su trabajo es clave. Tan fundamental que el jueves 1 de mayo estarán en sus puestos para que nada falle. Irán a trabajar como todos los días, aportando su conocimiento en la práctica de un oficio que, en muchos de los casos, construyen al andar.
En el Día Internacional del Trabajador, que se celebra el 1° de mayo como recordatorio de las protestas que se dieron en esa fecha en 1886, en Chicago, Estados Unidos, Time Out quiso homenajear la labor de los que están detrás de bambalinas en algunos de los espacios más representativos del entretenimiento, la gastronomía, el esparcimiento y la cultura. Caras anónimas que le ponen empeño a su tarea para que la experiencia de otros -que ni siquiera reparan en su actividad-, sea inmejorable.
Un proyeccionista en una mítica sala de cine de la calle Corrientes; una guardiana de sala en un dinámico museo porteño; un ayudante de cocina en medio del servicio ajetreado en un restaurante; una barista escondida detrás de su máquina de café y una incansable guardaparque en uno de los espacios verdes más turísticos y visitados de la ciudad. Cinco historias mínimas y sus protagonistas. Cinco guiones en los que se escribe, también, un sueño propio.

Guardiana de sala en el Museo Moderno
Cuida sigilosamente la interacción del visitante con la obra. A veces basta con una mirada para detener el recorrido que hay entre la mano curiosa de un niño, o de un adulto también, y la escultura exhibida del artista. También advierte, e impide en muchas ocasiones, que se tomen fotos con flash o que los chicos que visitan el museo corran dentro del salón. Pero junto con los “no se puede” que salen de la boca de Evelyn Schweikart como guardiana de sala en el Museo Moderno, en San Juan 350, esta joven de 23 años, oriunda de San Miguel del Monte y estudiante actual en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) siempre ofrece una explicación, una palabra amable que responde alguna duda o un dato que aporta conocimiento aunque esa no sea su función, pero que le suma valor a la experiencia del visitante solitario, ese que prefiere recorrer el museo sin guías ni compañía de ningún tipo.

“Siempre me gustó el arte, y de chica me encantaba dibujar. Cuando me mudé a la Capital para estudiar en la universidad también tuve que buscar un trabajo y empecé a tirar currículums. En julio próximo voy a cumplir dos años como guardiana de sala en el Moderno, donde mi rol es que la gente tenga cuidado al interactuar con la obra”, dice Evelyn a Time Out durante su break laboral, en una jornada que va de 11 a 19 y que ahora la tiene inmersa en la sala donde se puede ver la exposición de Dalila Puzzovio: Autorretrato, una retrospectiva que presenta la trayectoria de más de seis décadas de esta gran artista argentina, y con la que el museo inauguró su programación de este año.
"En julio próximo voy a cumplir dos años como guardiana de sala en el Moderno, donde mi rol es que la gente tenga cuidado al interactuar con la obra"
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“Hay distintos públicos -advierte Evelyn-, el que está acostumbrado a visitar museos y el que no. En nuestro puesto como guardianes de sala, tenemos que ir viendo día a día con qué nos encontramos y tener las precauciones que corresponden para que todo vaya bien”, explica la joven, y reconoce luego ciertos patrones que se repiten. “Siempre que haya materialidades más extrañas, o menos frecuentes, a la gente le dan ganas de tocar. Pasa mucho con lo textil, cuando las obras tienen una carga matérica que no es tan usual de ver. Pero en la mayoría de los casos nos adelantamos a esa situación, lo ves venir antes de que suceda”, confiesa entre risas.
"Como guardianes de sala, tenemos que ir viendo día a día con qué nos encontramos y tener las precauciones que corresponden para que todo vaya bien"
Un ejemplo reciente: “El otro día, en la sala de Dalila Puzzovio, entraron dos visitantes con una diferencia de 15 minutos cada una, pero con ambas sucedió lo mismo. Intentaron tocar los vestidos que están expuestos como parte de la exposición, y aunque no son originales sino reversionados, hay que explicarles que no se puede. Ellas querían saber de qué material eran, y si bien por norma nosotros guiamos a la gente a que lean la ficha con los datos que todas las obras poseen, si puedo responderles alguna duda, lo hago encantada. Y si quieren saber algo muy específico, también pueden recurrir al Departamento de Educación del museo”, cuenta Evelyn.

Ella misma, confiesa a Time Out, solía hacer alguna pregunta al guardián de sala de turno cada vez que visitaba un museo. “Apenas ingresé en la carrera universitaria nos mandaban a visitar y hacer investigaciones sobre alguna exposición, y si tenía la oportunidad siempre le preguntaba algo al guardián de ese día”, recuerda Evelyn, y explica que, por supuesto, hay trabajadores como ella, afines al estudio del arte y otros, que son mayoría, que realizan el oficio sin ningún estudio afín.
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Hoy, ser guardiana para ella no solo es un trabajo formal sino una forma de estar en conexión con el arte todo el día. Entre tantas salas por las que pasó, recuerda con especial afecto Manifiesto Verde, la exposición que tomaba como punto de partida la obra del artista y activista pionero, Nicolás García Uriburu, que desde los años ‘60 comenzó a denunciar los modos en que la acción humana avanza destructivamente sobre el agua, la tierra, la flora y la fauna. “Estaba flasheada, fascinada”. Otra exposición que resultó un desafío, asegura la joven, fue A 18 minutos del Sol, que abordaba la observación astronómica. El recorrido comenzaba en la primera sala, apenas iluminada, donde en el centro había un gran espejo de agua [una fuente de 4 metros de diámetro de tinta china] que reflejaba en el techo imágenes tomadas por un telescopio. “La gente confundía la fuente con una mesa, y de repente quería apoyar algo. Cuando les decía de qué se trataba, peor… porque le daban ganas de meter un dedo por curiosidad”, recuerda sonriente.
Si bien disfruta de su trabajo como guardiana, Evelyn se imagina en un futuro próximo, como parte del equipo de educación. Dar un paso más y, por qué no, cumplir con el objetivo de convertirse en guía.

Ayudante de cocina en el palermitano José El Carnicero
Los nombres fuertes detrás de José El Carnicero, en Thames 2316, son los de la dupla conformada por Germán Sitz y Pedro Peña, dos jóvenes cocineros que hoy son los responsables de más de media docena de restaurantes en el mapa gastronómico porteño. Todos tienen un concepto diferente y un denominador común: la experiencia de haber comido allí resulta, simplemente, difícil de olvidar.
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Parte de esa responsabilidad, y de ese desafío, recae también en la tarea del peruano Jhoel Francisco Villa Gamarra, que es ayudante de cocina en este espacio que se dedica al asador, una técnica de cocción clásica y bien típica del campo argentino.
“¿Qué rol cumplo? -repite Jhoel mientras piensa en una respuesta acertada-. Doy una mano en lo que haga falta. Mi trabajo es hacer todo lo necesario para ayudar”, insiste, y luego se explaya: “Primero, empecé haciendo producción para el servicio de la noche, y durante los fines de semana también sacaba servicio. Hacer producción quiere decir, entre otras cosas, tener listos todos los productos que se van a utilizar en los platos. Seleccionar bien los vegetales y hervir las papas, los brócolis, las chauchas. También ahumar las provoletas. Preparar todo -describe Jhoel-. Pero si un día un compañero tuvo un problema y, por ejemplo, el bachero no pudo venir, entonces lavo platos. Hay que estar para dar una mano. Si toca hacer producción, o bacha o estar sacando el servicio. El ayudante de cocina, haga lo que haga, siempre está aprendiendo, y todas son herramientas que te van a servir para lo que hagas luego”, sentencia Jhoel, y anuncia que, “ahora”, durante los fines de semana también empezó a cocinar.
"Mi trabajo es hacer todo lo necesario para ayudar"

Apenas lleva seis meses en este puesto, y al otro lado del teléfono se lo escucha entusiasmado. Jhoel repasa su historia. Tiene 21 años, nació en Perú y hace 15 años que llegó a Buenos Aires. Vive en el Barrio 31, y la idea de trabajar en un bar o un restaurante le daba vueltas en la cabeza hace tiempo. Conoció La Escuelita, el proyecto de formación gastronómica con salida laboral que Germán Sitz lleva adelante junto con los chicos de Tres Monos, en el denominado oficialmente Barrio Parque Mugica, y se anotó en un curso de cocina. “Podés hacer cursos de un montón de cosas, de bartender, de barista, de panadería, pero me anoté en el de gastronomía, y después me salió la oportunidad de trabajar”. Empezó en La Carnicería, otro de los restaurantes que Sitz y Peña abrieron hace más de diez años en Palermo, y a los tres meses se cruzó de vereda y se metió en la cocina de José El Carnicero, que recibe a locales y turistas todas las noches.
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“En La Escuelita te dan todos los materiales y te enseñan desde las técnicas de corte y cocción hasta cómo hay que trabajar en una cocina con respecto al orden y la higiene. Pero cuando estás en una cocina de verdad las cosas se complican. A veces estaba tan a las corridas que yo hacía todo y dejaba las cosas para lavar después, y un día el jefe de cocina de José me lo dijo sin vueltas, de una: ‘Se usa, se ensucia y se limpia’. Es cuestión de hábito y práctica, y es cierto que así se trabaja mucho mejor -asegura Jhoel-. Me gusta aprender. En La Carnicería estaba mucho con los fuegos. Pero lo que más disfruto es emplatar. De chico dibujaba mucho, y emplatar es algo parecido, por los colores, las formas, los volúmenes, el brillo. Es saber diseñar el plato para que todo quede armónico y resulte lindo a la vista del comensal”.
“Me gusta aprender. En La Carnicería estaba mucho con los fuegos. Pero lo que más disfruto es emplatar”

Actualmente, en la barra de José El Carnicero, uno de los sitios preferidos de los clientes, Jhoel despliega su arte mientras los comensales lo observan. “Me gusta tener contacto con la gente, que me preguntan qué es tal producto o cómo se hizo tal cosa y poder responderles. Siempre saludando y atento”, desliza Johel, que el jueves estará en su puesto. Su cara resultará desconocida, pero su desempeño como cada noche, será un eslabón clave para lograr la mejor experiencia.
"Me gusta tener contacto con la gente, que me preguntan qué es tal producto o cómo se hizo tal cosa y poder responderles”
Proyeccionista en el mítico cine Cosmos
Fue antes de la pandemia, en julio de 2019, cuando Martín Sánchez obtuvo su primer trabajo en relación de dependencia. Su entrada al Cine Cosmos-UBA, en Corrientes 2046, fue como acomodador, cortando tickets y guiando a la gente hasta su butaca. Luego pasó a la caja, por suerte por un tiempo corto porque no era la tarea que más le gustaba. Hasta que un día, cuenta Martín, llegó a ser “proyeccionista o proyectorista”, y aclara que todavía -a pesar de la antigüedad del oficio que algunos vaticinan en extinción- hay quienes no se ponen de acuerdo y defienden uno u otro término.

“Al poco tiempo de entrar al Cosmos ya conocía a todo el equipo, y el trabajo del proyectorista siempre me había dado curiosidad. Cada vez que podía me hacía una escapada hasta su cabina y preguntaba todo lo que podía”, recuerda Martín, que casi sin querer y de un día para otro comenzó a proyectar los filmes que hoy se ven en la sala de la calle Corrientes. Hoy, como estudiante de la carrera de Artes Multimediales, en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), lo que más le interesa tiene que ver con la parte técnica, el audio y la imagen. Pero gracias a su trabajo, confiesa, se convirtió en un aficionado al cine.
Martín está del lado de los que consideran que el suyo no es un oficio en extinción. Reconoce, sin embargo, que todo cambió radicalmente con la evolución de la tecnología y la digitalización. “Ahora, a diferencia de otros tiempos, no es necesario que el proyeccionista esté anclado en la cabina durante toda la proyección de la película. No hay riesgo de que la cinta tenga un problema que yo deba resolver. Pero es un trabajo vigente, y si bien mi presencia puede ser intermitente, me gusta ver las películas desde ahí arriba”. Desde esa posición privilegiada, y con su ojo observador, Martín repasa todos los movimientos y detalles de la sala.
"El de proyeccionista es un trabajo vigente, y si bien mi presencia puede ser intermitente, me gusta ver las películas desde ahí arriba"

“Son muy pocos los que giran la cabeza y miran hacia arriba para descubrir desde dónde se proyecta la película. En general, los únicos que hacen eso son criaturas que aún conservan intacto el don de la curiosidad. Pero desde allá arriba, yo veo todo. Los que mandan un mensaje por chat a último momento, los que se olvidan de apagar el celular y les suena en medio de la proyección. Los que van solos, o en pareja -relata Martín-. Pero como a mí me gusta charlar con la gente, y este es un trabajo bastante solitario, a los que son habitués de la sala a veces me los cruzo fuera de la cabina para conversar un rato”.
"Mucha gente grande viene a este cine desde hace décadas"
Tan fiel es el público del Cosmos, asegura Martín, que él es capaz de reconocer entre 40 o 50 caras una vez a la semana. “Mucha gente grande viene a este cine desde hace décadas. ‘Yo vine en tal año a ver tal película’, me dicen, y recuerdan cómo era la calle Corrientes en esa época, el movimiento cultural que había en un contexto muy diferente del actual. Hay espectadores con los que tengo más confianza, y hasta me traen algo para acompañar el mate”.
En una semana de ataque cinéfilo, Martín puede llegar a ver unas cinco películas por semana. “El hecho de ser proyeccionista no me obliga a ver la película de principio a fin, porque a veces entro y salgo de la sala permanentemente. Pero muchas veces me engancho, o las miro en cuotas. Porque hay películas que están más tiempo en cartelera y puedo proyectarlas más de diez veces”, describe el joven.

Para Martín, el mayor desafío de su trabajo es estar al día con las tecnologías, que es precisamente lo que más le interesa en la industria cinematográfica. “Aggiornarse con los cambios tecnológicos puede ser complicado, porque todo el tiempo aparecen nuevos formatos de audio y video que intervienen en la posproducción”, advierte.
¿Es muy difícil aprender el oficio? Para graficarlo de una forma sencilla, Martín explica que hoy todo pasa por una computadora, y en algunos casos basta con cargar un archivo y darle play. Pero hay otras opciones más sofisticadas para resguardar la calidad y la originalidad del filme. También, recuerda que cuando él llegó al Cosmos, por ejemplo, estaba vigente la posibilidad de proyectar un filme en disco blu-ray. “Eso ya no existe más”.
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Cuando dice de qué trabaja, Martín confiesa que hay mucha gente que se sorprende. “Les llama la atención, y obviamente el personaje de la película Cinema Paradiso suele ser la mayor referencia”.
La barista detrás de uno de los mejores flat white de Villa Urquiza
Se metió de lleno en el mundo gastronómico hace seis años. Primero, en la parte de servicio, y como camarera trabajó durante casi tres años. “Tenía un compañero de laburo que era barista, y de a poco comenzó a enseñarme. Me enamoré del café, y como en ese momento trabajaba en una cafetería de especialidad traté de absorber todo lo que podía”.
"Me enamoré del café, y como en ese momento trabajaba en una cafetería de especialidad traté de absorber todo lo que podía"

La que habla es Angélica Magalí Piris, que tiene 26 años y es la barista de Anippe, un local en Villa Urquiza que combina panadería y pastelería artesanal con café de especialidad. Anippe le puso onda a una particular esquina en Bucarelli 2460, justo en la intersección con las vías del tren, y se convirtió en un spot muy concurrido desde su apertura, en 2023. “Trabajé como barista y me perfeccioné durante algunos años, y desde hace ocho meses estoy en Anippe. El despacho de café es intenso, y sobre todo a la tarde cuando viene la mayor cantidad de gente, así que hay veces que todas estamos a las corridas. Pero es cuestión de práctica”, dice la joven.
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El café en Anippe, dice con modestia, es riquísimo. Y el mérito no solo se lo lleva la calidad del producto, sino de la mano que lo prepara, por supuesto. De todas formas, siempre hay cuestiones que atender, y una de las principales batallas que lleva adelante Magalí es la de la temperatura ideal a la que debe salir esta infusión. “Los argentinos estamos acostumbrados a tomar el café muy caliente, cuando lo mejor es servirlo a temperatura barista (entre 60 y 65 grados). Y lo que sucede es que a mucha gente le parece que está frío. Pero de a poco vamos educando, aunque siempre hay que adaptarse a lo que al cliente le gusta”, asegura confiada.

Que no salga muy ácido, ni muy caliente. Que la leche también esté en su justa temperatura para que no queme el café y que el arte latte -esos diseños creados en la superficie de los expresos- enamoren a primera vista. Todo eso resuelve Magalí en pocos segundos, pero un buen barista -dice- está preparado. “Los dibujitos, como le dice la gente, es una de las cosas que los clientes más aprecian -señala Magalí en referencia al arte latte-. La verdad es que al principio cuesta, pero luego es de las tareas más sencillas”.
"Los dibujitos, como le dice la gente, es una de las cosas que los clientes más aprecian. La verdad es que al principio cuesta, pero luego es de las tareas más sencillas"
El oficio, dice Magalí, la llevó casi al fanatismo por el café, y aunque costó esfuerzo y más dinero del pensado, en su casa tiene una “maquinita” con la que se prepara el café -el infaltable de la mañana- con el que arranca el día. “Trato de estar muy metida en el mundo del café, de estar actualizada y perfeccionarme cuando puedo. Trabajo en Anippe por la tarde, y cuando llego siempre hago un poco de producción, calibro bien la máquina y me fijo que todo esté estoqueado. También, algo clave en mi puesto, es mantener todo limpio y ordenado”.

Un ristretto, un mocha mediano o uno doble. Las opciones son muchas en la carta de Anippe, pero Magalí dice que los más pedidos son el cappuccino, el latte y el flat white, que ya se convirtió casi en un clásico porteño. “Ahora que empieza un poco más el frío, nada mejor que tomar un rico café con pastelería artesanal y una buena porción de torta. En Anippe, insiste Magalí, se trabaja en equipo, y cada uno es consciente de que el trabajo del otro es importante para que el despacho funcione y el cliente tenga la mejor experiencia.
La jornada laboral que transcurre en un jardín donde florecen 8000 rosas
Su popularidad está justificada, y es que en este jardín especialmente diseñado florecen cada temporada unas 8000 rosas de 93 especies diferentes. Tiene cuatro hectáreas, es de acceso libre y gratuito y está ubicado sobre la Avenida Pedro Montt, aunque casi nadie sabe su ubicación exacta. El Rosedal es, quizás, el espacio más visitado del Parque Tres de Febrero, en un extenso predio que la mayoría de la gente conoce, a secas y de manera generalizada, como “los bosques de Palermo".
Todos los días, turistas extranjeros y vecinos de la Ciudad caminan por sus senderos y cruzan el lago a través del famoso puente blanco, en un espacio al aire libre único, que cambia de colores según la temporada. Allí transcurre la jornada laboral de Patricia Baranzelli, una de los más de 500 guardaparques que cubren los espacios verdes de las 15 comunas de la Ciudad de Buenos Aires, y que dependen de la Subsecretaría de Gestión Comunal del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana.

Su presencia, entre otras cosas, permite que familias, adultos, jóvenes y niños puedan disfrutar a pleno de los parques y las plazas, porque son estos agentes, como Patricia, los que están atentos a las irregularidades y en comunicación permanente con todas las fuerzas que componen el Sistema de Seguridad Pública de la Ciudad.
"Somos un equipo porque el parque es muy grande, y no cubro solamente el Rosedal, sino todo lo que es el Parque Tres de Febrero, desde la Avenida Casares hasta Pampa"
“Somos un equipo porque el parque es muy grande, y no cubro solamente el Rosedal, sino todo lo que es el Parque Tres de Febrero, desde la Avenida Casares hasta Pampa -delimita Patricia-. Hacemos relevamiento de los espacios e informamos cuando hay algo roto, en mal estado o que le falta pintura. Pero también estamos atentos al intercambio con los vecinos, porque somos el contacto más cercano cuando alguien necesita orientación, ayuda o algún tipo de guía en un parque”, cuenta Patricia.
También, y como en todo espacio público, la guardaparque lidia con situaciones cotidianas para mantener el cuidado y el orden, con el objetivo de que todos puedan disfrutar y hacer propio un espacio más de la ciudad. “El Rosedal tiene más movimiento los sábados y domingos, mientras que el parque Tres de Febrero suele ser el más elegido durante la semana por la gente que viene a hacer deportes”, describe Patricia.

¿Turistas? “Sí, vienen muchos, y si bien el idioma suele ser una barrera, manejamos el inglés para responder las principales dudas. Les gusta saber detalles del parque, y como podemos nos hacemos entender”, dice sonriente.
¿Turistas? “Sí, vienen muchos, y si bien el idioma suele ser una barrera, manejamos el inglés para responder las principales dudas"
Hace seis años que comenzó en este oficio, y Patricia cuenta que fue moviéndose por diversos parques en distintas comunas. Conoce el terreno de primera mano, y sabe muy bien que cada espacio verde, según el barrio y la gente que los frecuenta, tienen su propia personalidad. “Son los mismos vecinos los que construyen y moldean el perfil de cada parque o plaza porteña, por decirlo de alguna manera. Y a veces llegamos nosotros para colaborar con esa dinámica, aunque a veces también tenemos que advertir sobre algunas cuestiones -puntualiza-. Al Rosedal se puede ir a pasear, a caminar y disfrutar del espacio, pero a veces la gente lo confunde con el parque y cree que se puede entrar con bicicletas o a pasear el perro. Tampoco se pueden llevar flores. Nuestra tarea también es reeducar al vecino para tener una convivencia plena”.

El jueves, Patricia estará velando por los jardines, las flores y los senderos. Como todo feriado, será un día en que los parques se llenarán de gente, y ella estará allí, atenta al cuidado y la conexión con la gente.