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La Cabrera
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La parrilla que te hace volver a ser chico (y querer regresar una y otra vez)

En La Cabrera, cada bocado viene con un guiño: conitos, cajitas musicales y platos que despiertan recuerdos. Así es la propuesta de Gastón Riveira.

Carola Cinto
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Una experiencia gastronómica inolvidable va mucho más allá de los buenos sabores, platos bien ejecutados y un servicio impecable. Si bien esas son las bases fundamentales para que una velada sea buena, debe apelar a la emoción para que se convierta en memorable.

Y eso es lo que La Cabrera, elegida sucesivamente entre los mejores restaurantes del mundo, consigue. Apelando un poco a la nostalgia, con guiños a nuestro niño interior, esta parrilla argentina ofrece una experiencia que hay que vivir al menos una vez en la vida. No se trata solo de carnes perfectas y postres sabrosos: en La Cabrera, cada detalle, desde una cajita musical hasta un chupetín al final, está pensado para dejar una huella emocional.

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Las entradas de La Cabrera, las estrellas del menú

“Nos gusta que el cliente viva un viaje completo, de principio a fin. Las entradas son un guiño lúdico y sabroso para abrir el apetito, muchas veces con guiños a lo clásico pero siempre con una vuelta de tuerca. Los principales, claro, son el corazón parrillero. Y los postres... son la gran fiesta final. Todos los pasos tienen un hilo conductor: el espíritu generoso, divertido y un poco nostálgico que tiene La Cabrera”, explica Gastón Riveira, el alma detrás de este proyecto, a quien entrevistamos en esta nota.

Todos los pasos tienen un hilo conductor: el espíritu generoso, divertido y un poco nostálgico que tiene La Cabrera

Las entradas en La Cabrera son como un aperitivo extendido que transmiten abundancia, color y ganas de compartir. A la magia, también se suma lo lúdico: en La Cabrera la experiencia es democrática. Cada uno de los platos, entradas o postres se pueden acompañar con lo que al comensal le haga feliz: vino, cócteles, mocktails o con una buena cerveza Imperial.

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La sorpresa “dulce” de La Cabrera de la que todos hablan

Una de las grandes apuestas de la propuesta de La Cabrera es la sorpresa. La persona elige del menú lo que más le gusta para terminar el almuerzo o la cena, pero lo que recibe es mucho más que eso. Por ejemplo: el volcán de dulce de leche se sirve con una bochita de helado de crema coronada con un cucurucho crocante.

“El conito es un símbolo de la infancia en Argentina. Lo pusimos porque nos gusta cerrar la comida con una sonrisa. Es nuestro 'gracias por venir'. Tiene ese encanto de lo simple, lo rico, lo que te transporta. Además, ¿quién no se pone contento con un conito después de un buen asado?”, detalla Riveira.

El conito tiene ese encanto de lo simple, lo rico, lo que te transporta
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A ese guiño inolvidable, se suma que los helados son de la casa y siguen la misma filosofía que la carne: buena materia prima y sin atajos. “Usamos crema verdadera, frutas reales, chocolate de verdad. Algunos sabores son clásicos (dulce de leche, frutilla), otros más jugados como queso azul o zapallo en almíbar. Todo arranca desde lo que nos gusta comer a nosotros”, detalla el cocinero.

Magia hasta el último momento

Como si fuera una coreografía perfectamente ensayada, ese plus que aparece en las entradas donde la idea es picar, probar y compartir, se mantiene hasta en el momento de pedir un café. Algo tan simple se vuelve en algo memorable cuando la tasa llega a la mesa junto a una cajita musical.

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“Esta idea nace de algo sencillo: ¿por qué el café no puede tener su momento mágico también? Nos encanta generar momentos sorpresa. Creemos que los detalles cuentan tanto como la comida. Si un chocolate viene con música y una sonrisa, se disfruta el doble. ¡Y queda en la memoria del comensal!”, detalla.

Creemos que los detalles cuentan tanto como la comida
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Y la sorpresa no termina ahí, finalmente cuando el comensal se prepara para dejar su lugar después de pagar, La Cabrera lleva adelante su truco final: un exhibidor de madera de chupetines de colores conquista el centro de la mesa y los corazones de grandes y chicos.

El chupetín es nuestro cierre lúdico. Queríamos que la experiencia no termine con la cuenta. Es como una palmadita en la espalda que dice: 'gracias, volvé cuando quieras'. A los chicos les encanta y a los grandes también, aunque lo nieguen”, agrega.

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La comida es emoción y en La Cabrera lo entienden a la perfección

Cuando una persona se sienta en una mesa a probar un plato, busca que ese bocado lo lleve a alguna otra parte: quizás a la casa de la abuela, quizás a la parrilla de papá o a la heladería del barrio. La magia surge en ese encuentro entre ese sabor y ese recuerdo. Cuando eso sucede, transforma una cena o un almuerzo en algo inolvidable.

Dónde: consultar sucursales de La Cabrera, acá.

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