Durante años, Villa Santa Rita fue algo así como “el secreto mejor guardado del oeste porteño”. Un barrio de casas bajas, pasajes escondidos y aroma a panadería a cualquier hora.
Pero los tiempos cambian, y con ellos, las coordenadas de lo “cool”. Hoy, este rincón tranquilo entre Villa del Parque, Flores, Floresta y Monte Castro, empieza a mostrar los dientes —y el alma— con una propuesta cultural, gastronómica y barrial que crece sin perder su esencia.

El milagro: una plaza (¡por fin!)
Sí, Villa Santa Rita era, hasta hace unas semanas, el único barrio de la ciudad que no tenía su propia plaza. Pero el hechizo se rompió y la historia cambió: ahora hay un nuevo espacio verde que es todo lo que los vecinos esperaban.
Chicos corriendo, mates en ronda y una sensación de “al fin” que late en cada rincón. Pegado, además, hay un pasaje que parece sacado de un cuento: el Pasaje Guillermo Granville, una cuadra peatonal con casas bajas y murales, que desemboca en el pasaje Julio S. Dantas, que es tan angosto que parece un secreto: pasá por ahí y vas a entender por qué todos le sacan fotos.

El Tokio Bar: la leyenda porteña que renació
En la esquina de Pasaje Tokio y Álvarez Jonte, un toldo de chapa y unos pisos que datan de 1930 anuncian que El Tokio Bar volvió con todo. Este bar notable, con más de 90 años de historia, fue restaurado con el respeto que merece: dejaron intactas las huellas del pasado, pero le inyectaron vida nocturna.
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De jueves a sábados, desde las 20, se pone en modo bodegón chic. La carta es un homenaje a lo porteño sin vueltas: milanesa napolitana, bife de chorizo, buñuelos, pastas caseras, y un flan que te hace lagrimear. Todo hecho con materia prima de primer nivel, acompañado por cócteles clásicos, cerveza tirada y una carta de vinos tan bien curada como el ambiente. El resto de los días abre de 8 a 20, por si querés desayunar mirando el barrio despertarse.
Bar Don Juan: vermut, tortilla y espíritu de otra época
Si lo tuyo es más el plan nostálgico con onda, Don Juan Bar (Camarones 2702) te va a enamorar. Fundado hace más de 100 años por el bisabuelo de la familia, este café de barrio fue reabierto por la nueva generación, que mantuvo la estética vintage —radios antiguas, sillas de madera, tele vieja— pero le sumó lo mejor de lo nuevo: vermut propio (sí, lo hacen ahí mismo), tapas caseras, cerveza artesanal y una tortilla de papas que merece mención especial. Los vermús Rosso, Vigneto y Rosato son la joya de la casa, y los buñuelos de verdura no se quedan atrás.

Postales vivas: mariposas, murales y cultura
En el corazón de lo que se conoce como Barrio Nazca, florece una movida cultural silenciosa pero intensa. Hay una biblioteca vecinal donde se dictan talleres, se organizan lecturas y se arman movidas culturales. Todo a escala humana, todo con la calidez de lo barrial.

Y, en el llamado Pasaje de las Mariposas (Pje. Toay 3300) se plantaron especies nativas para atraer estos insectos mágicos, y una pintora local se encarga de embellecer las fachadas con dibujos únicos que hacen del paseo algo encantador.
De clásicos que siguen y nuevos que sorprenden
Si querés un clásico de los de siempre, pasá por la Heladería Agust (Alejandro Magariños Cervantes 3400) una esquina de antaño con helados artesanales, servidos por sus dueños desde hace décadas.
En cambio, si tu paladar pide algo más audaz, entrá sin miedo a Argot (Álvarez Jonte 2744) un café de especialidad con alma de taller gastronómico. Hacen todo ahí: panadería, pastelería, pastas, cenas, brunch. El local es un antiguo café reciclado con mucha vereda y espacio verde. Ideal para frenar el tiempo y tomarte un flat white mientras cae la tarde.

¿Querés algo más rotundo? A Raja Cincha (Cuenca 1299) es el templo local de la parrilla y los platos que abrazan: matambre a la pizza, mondongo a la española, milanesas gigantes coronadas con ñoquis. Todo desbordante, sabroso y con espíritu de bodegón auténtico.

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Y para los golosos empedernidos, El Sol de Galicia (Luis Viale 2881) es una parada obligada: desde 1957 sacan los churros con dulce de leche, pastelitos y tortas fritas que provocan peregrinaciones los fines de semana. Un dato: abren solo por las mañanas, desde la madrugada hasta la 1pm.

Villa Santa Rita no grita. No presume. Pero cuando lo caminás, entendés que tiene algo especial. Un mix de barrio con memoria, nuevas ideas, gente linda (de alma, no de Instagram) y rincones que te invitan a quedarte. No es de los barrios más grandes, pero sí uno de los que más corazón tiene. Y ahora, también, su primera plaza.