Alina Rentería

Corre la década de los sesenta en Los Ángeles. Una mujer viuda (Elizabeth Reaser) vive con sus hijas Lina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), quienes se dedican a “engañar” personas haciéndoles creer que pueden hablar con sus seres queridos por medio del espiritismo. Un día, deciden comprar una ouija para añadirla a sus montajes pero Doris se ve afectada por el juego: lo que solían ser fraudes se vuelven realidad, ella ahora ver y habla con seres que ya no están en el mundo terrenal. La secuela de Ouija (Stiles White, 2014) empieza con el pie derecho. Un cineasta diferenté tomó las riendas del proyecto, Mike Flanagan (Oculus, 2013), lo que nos da un poquito más de esperanza –luego de ver la primera entrega, no hay forma de que la segunda parte sea peor–. Además, tiene una estructura y una base muy buena, pues cada uno de los elementos que aparecen tiene fundamentos como el hecho de comprar un tablero, el cual, para que no falle en sus estafas, es arreglado por la madre para que se mueva a su voluntad con unos imanes. La cinta tiene momentos intencionales de comedia y juega con ellos. Hace pasar de la risa al suspenso y esto no es muy frecuente en el género, lo cual hace notar la seguridad de los realizadores al definir el tono y finalidad de su historia. Su humor incluye toques finos que hacen burla a los luagres comunes del cine de terror, como cuando uno de sus personajes dice: “separarnos suena a una idea muy tonta”. Esa promesa de una película divertida y diferente es