Eme Carranza es la mente detrás de algunos de los bares y restaurantes más memorables de Buenos Aires. Su sello: color, estampas y una identidad que se anima al riesgo. Desde Lisboa, donde vive hoy, combina la calma europea con la intensidad porteña para crear espacios que cuentan historias propias. En esta charla nos abre su mundo: la herencia familiar que marcó su ojo estético, la intuición que guía cada proyecto, la maternidad que empieza a asomarse y los desafíos creativos que aún la entusiasman.
Tu abuela trabajó en Vogue y fue una gran influencia para vos. ¿Qué te dejó ella, de esa conexión con la estética, la moda y lo editorial? ¿Sentís que esa herencia sigue presente en tu trabajo hoy?
Mi abuela era puro glamour y carácter. Crecí rodeada de su obsesión por el detalle y de una estética muy cuidada, pero a la vez libre. Siempre estuvo acompañada de amigas, viajando por el mundo y buscando nuevas experiencias. De ella aprendí que la belleza puede ser una forma de vida, no solo una pose, y que para destacarse hay que ser fiel a uno mismo sin importar lo que digan los demás. Esa herencia sigue en mí, aunque hoy la traduzco en un lenguaje más lúdico y arriesgado: menos editorial clásica, más mezcla y juego.
De mi abuela aprendí que la belleza puede ser una forma de vida, no solo una pose

Tus espacios son reconocibles al instante por el uso del color, las estampas y una identidad que se anima al riesgo. ¿Cómo encontraste tu estilo y qué papel juega la intuición en ese proceso?
Mi estilo es más intuición que fórmula. Me gusta arriesgar y llevar la contra, probar combinaciones que a priori “no deberían funcionar” y encontrar la forma de que si funcionen. Me divierte hacer lo que no se debería, usar lo a que nadie le gusta, me gusta poner en crisis las cosas y que en ese caos aparezca la magia. El color y las estampas me dan libertad: son como un lenguaje propio.
Mi estilo es más intuición que fórmula
Vivís en Portugal pero trabajás para proyectos en Argentina y más allá. ¿Cómo impacta esa mirada más internacional en tu forma de diseñar espacios gastronómicos? ¿Qué te inspira hoy desde allá?
Vivir afuera te da perspectiva. En Lisboa aprendí a valorar la simpleza, a conectar con la calma y con lo artesanal. Pero ser argentina inevitablemente saca mi costado más vibrante, caótico y desbordado, donde la improvisación y la capacidad de resolver valen oro. Al mismo tiempo, viajar y observar cómo se consume en distintas culturas me abrió la cabeza: entendí otros mercados, otras formas de habitar y de relacionarse con la comida. Esa mezcla me inspira siempre: la serenidad de acá, el aprendizaje de los viajes y la intensidad de allá.
Ser argentina saca mi costado más vibrante, caótico y desbordado, donde la improvisación y la capacidad de resolver valen oro

En Rebel trabajás junto a Tiago, tu pareja y socio. ¿Cómo es compartir la vida y los procesos creativos al mismo tiempo? ¿Hay momentos donde se cruzan o se equilibran naturalmente?
Con Tiago nos conocimos trabajando y nos enamoramos así, compartiendo la misma pasión. Los dos vivimos para lo que hacemos, y para mí sería inconcebible estar con alguien que no entendiera o formara parte de lo que amo, porque mi vida está profundamente atravesada por mi trabajo. Viajo mucho y en él encontré un compañero con quien compartir, disfrutar y explorar el mundo. Claro que a veces la vida personal se cruza con la profesional, pero en nuestro caso eso nos potencia, somos dos creadores de mundos que, juntos, vamos dando forma a un mundo propio.
Estás por ser mamá. ¿Cómo vivís este momento personal tan transformador siendo además una profesional tan activa y creativa? ¿Sentís que la maternidad empieza a influir en tu forma de mirar el diseño?
Durante mucho tiempo no quise saber nada sobre la maternidad. Creo que, de alguna manera, las personas creativas estamos siempre gestando proyectos y materializando ideas, salvando las diferencias, claro, no tenía esa curiosidad. También sentía que mi estilo de vida no podía convivir con el de una madre, con responsabilidades y rutinas que me resultaban imposibles de imaginar. Hoy lo veo distinto, el concepto de hogar, de familia y de maternidad se volvió mucho más libre. Me siento muy realizada en lo laboral, y aunque amo lo que hago y quiero seguir creciendo, sentí que era momento de desafiarme en lo personal. Ahora quiero empezar a construir no solo espacios, sino también una vida nueva que me atraviese en todos los sentidos.

Diseñaste espacios icónicos como Niño Gordo, El Preferido, y muchos más. ¿Tenés un proyecto soñado o algún tipo de lugar que aún te gustaría diseñar?
Más que un tipo de espacio en particular, lo que me entusiasma es explorar nuevos mercados. Me atrae la idea de diseñar en contextos que representen un verdadero desafío creativo y cultural, como Japón por ejemplo, donde la estética, la tradición y la forma de consumir son completamente distintas. Ese cruce entre mi lenguaje y una cultura tan diferente me parece un sueño y un reto enorme.
Sabemos que algo se está gestando en el Palacio Palanti, en Barrio Parque. ¿Podés contarnos algo sobre ese proyecto? ¿Qué significa para vos intervenir un lugar con tanta historia y carga simbólica?
Es un proyecto muy especial, porque ese lugar tiene una energía única y mucha historia. Intervenir un edificio así es como dialogar con el pasado y traerlo al presente sin que pierda su fuerza. No puedo contar demasiado todavía, pero sí que nos entusiasma mucho trabajar ahí.
PING PONG
Un color que nunca falta en tus proyectos: un tono hueso, nunca blanco :)
Una estampa que amás: Todas, amo los patterns, son coreografías de elementos.
Un lugar que te inspire en Buenos Aires: San Telmo
Un restaurante que amás, por diseño o por comida: El Dabbang
Un referente creativo actual: Olafur Eliasson
¿Buenos Aires o Lisboa? Los dos: Lisboa me calma, Buenos Aires me enciende.
¿Diseño o intuición? Intuición