Antes que nada, definamos qué es un tostado. Junto al café con leche y la medialuna, forma parte de la identidad gastronómica porteña. Es un clásico de todos los días, que puede aparecer en el desayuno, en el almuerzo rápido o en la merienda. En su esencia, se trata de un sándwich de miga dorado a la plancha y relleno simplemente con jamón cocido y queso fundido.
Su historia llega de la mano de la inmigración italiana, que trajo consigo el tramezzino. En un principio, el tostado era un producto exclusivo: sólo se servía en confiterías distinguidas y funcionaba casi como un símbolo de sofisticación urbana. La innovación local fue tostar aquel triángulo de pan de miga, muchas veces untado con una fina capa de manteca para lograr ese dorado brillante que se convirtió en marca registrada.
Con el tiempo, el tostado se popularizó y dejó de ser patrimonio exclusivo de las confiterías notables. Hoy atraviesa un nuevo ciclo: aparece en cafeterías de especialidad y en bares modernos que juegan con la receta original. Se lo puede encontrar en pan árabe, brioche o de masa madre; relleno con tomates, mix de quesos, versiones vegetarianas sin jamón e incluso con salsas de autor. Claro que los fundamentalistas del mixto dirán que con esos cambios ya debería dejar de llamarse tostado.
Acompañado por un café doble, una coquita de vidrio o una birra helada, el tostado sigue siendo un ritual porteño. En esta recorrida vamos a detenernos en los clásicos que nunca fallan y en algunas innovaciones que vale la pena probar.